El Arte Occidental en el Crisol Europa del siglo Vl al Xl



Ernst Gombrich

Habíamos dejado la historia del arte occidental en el período de Constantino y en los siglos en que fue sometido al precepto del papa Gregorio el Grande, el cual declaró que las imágenes eran útiles para enseñar a los seglares la palabra sagrada. El período que viene a continuación de esta primitiva época cristiana, tras el colapso del Imperio Romano, es conocido generalmente por los anglosajones con el poco halagüeño nombre de “Edad de las Tinieblas”.

Llamamos tenebrosa a esta época, en parte para dar a entender que gentes que vivieron durante esos siglos de migraciones, guerras y cataclismos estuvieron sumergidas en la oscuridad y poseyeron muy pocos conocimientos que las guiaran; pero también implica dicha designación, que para nosotros mismos es más bien escaso el conocimiento que poseemos acerca de esos siglos confusos que vinieron tras la caída del mundo antiguo, y precedieron al nacimiento de los países europeos en forma aproximada a como actualmente los conocemos. NO existen, claro está, límites fijos de tal período, pero para nuestros propósitos podemos decir que duró casi cinco siglos -aproximadamente desde el año 500 al 1000-. Quinientos años suponen un dilatado lapso de tiempo en el cual pueden ocurrir muchos cambios, como efectivamente ocurrieron. Pero lo más interesante es que esos años no vieron la aparición de ningún estilo claro y uniforme, sino más bien el conflicto de un gran número de estilos diferentes que sólo empezaron a conciliarse hacia el final de dicha época.

Durante esos cinco siglos existieron hombres y mujeres, particularmente en monasterios y conventos, que amaron el saber y el arte, y que sintieron una gran admiración por aquellas obras del mundo antiguo que habían sido conservadas en bibliotecas y tesoros. A veces esos monjes o clérigos ilustrados ocuparon posiciones influyentes en las cortes de los poderosos y trataron de hacer revivir las artes que admiraban. Pero frecuentemente su tarea era inutilizada por las nuevas guerras e invasiones de los asaltantes armados del Norte, cuyas opiniones acerca del arte eran muy distintas.

Los monjes y misioneros de la céltica Irlanda y la sajona Inglaterra procuraron adaptar las tradiciones de esos artesanos nórdicos a las tareas del arte cristiano. Así, construyeron iglesias y campanarios de piedra que imitaban las estructuras de madera de los artesanos locales. Pero los más maravillosos monumentos de la consecución de tal propósito son algunos de los manuscritos realizados en Inglaterra e Irlanda durante los siglos Vll y Vlll.

Una de las cosas más sorprendentes es observar de qué modo han sido representadas las figuras humanas por esos artistas en los manuscritos iluminados de Inglaterra e Irlanda. No parecen en realidad figuras humanas, sino más bien un conjunto de esquemas lineales hechos de formas humanas. Los artistas utilizan algún modelo de alguna vieja Biblia y lo transforman de acuerdo con sus gustos. Cambia los pliegues de los vestidos por algo semejante a cintas entrelazadas, volutas para los bucles del pelo y hasta las orejas, y convierte el conjunto del rostro en una máscara rígida. Tan rígidas y extrañas como ídolos primitivos, revelando que los artistas que se educaron en la tradición de su arte nativo hallaron difícil adaptarse a las nuevas exigencias de los libros cristianos.

El adiestramiento de las manos y de los ojos que los artistas habían heredado y que les permitía realizar un hermoso esquema sobre la página, les ayudó a introducir un nuevo elemento en el arte occidental. Sin esta influencia dicho arte pudo haberse desarrollado en una dirección similar a la del arte bizantino. Gracias al encuentro de dos tradiciones, la clásica y la de los artistas nórdicos, algo enteramente nuevo comenzó a desarrollarse en la Europa occidental.
El conocimiento de las antiguas producciones del arte clásico no se perdió del todo. En la corte de Carlomagno, quien se consideraba como el sucesor de los emperadores romanos, la tradición del arte romano fue afanosamente revivida. La iglesia que Carlomagno hizo construir alrededor del 800 en Aquisgrán, es una copia bastante fiel de una iglesia famosa que se había edificado en Rávena unos tres siglos antes.

Ya hemos visto que nuestra moderna noción de que un artista debe ser “original” no fue en modo alguno compartida por la mayoría de los pueblos del pasado. Un maestro egipcio, chino o bizantino se habría asombrado ante tal exigencia. Ningún artista medieval del Occidente europeo habría comprendido por qué tenía que crear nuevos modos de planear una iglesia, dibujar un cáliz, o representar escenas de la historia sagrada, cuando tan bien habían servido a tal propósito los modos antiguos. El piadoso donante que deseaba dedicar un nuevo altar a una reliquia sagrada de su santo patrón, no sólo intentaba procurarse los materiales más preciosos que se hallaran a su alcance, sino que intentaba suministrar también al maestro que había de ejecutar su encargo, un antiguo y venerado ejemplo de cómo debía ser interpretada correctamente la leyenda del santo. El artista no podía sentirse condicionado por encargos de tal índole: le quedaba campo de acción suficiente para demostrar que era un verdadero maestro y no un chapucero. Dos grandes maestros medievales podían realizar obras de arte muy diferentes con el mismo tema, e incluso con el mismo antiguo modelo.

En sus obras, observamos el nacimiento de un nuevo estilo medieval, que hizo posible para el arte algo que ni el antiguo oriental ni el clásico habían realizado: los egipcios plasmaron lo que sabían que existía; los griegos, lo que veían; los artistas de la Edad Media aprendieron a expresar lo que sentían.

No se puede hacer justicia a ninguna obra de arte medieval sin tener presente este propósito, pues esos artistas no se proponían crear una imagen convincente de la Naturaleza o hacer cosas bellas, sino que deseaban comunicar a sus hermanos en la fe el contenido y mensaje de la historia sagrada. Y en esto acaso fueron más afortunados que muchos de los artistas anteriores o posteriores.
Fue en Grecia donde se descubrió el arte de representar los “estremecimientos del alma”, pero, por muy distinta que fuera la forma en que el artista medieval interpretara este propósito, la iglesia no habría podido utilizar la pintura para sus propios fines si no hubiera sido por este legado.

Recordemos que el papa Gregorio enseñó que “la pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer”. Este afán de claridad se pone de manifiesto no sólo en las ilustraciones, sino también en el tratamiento de otros materiales (relieves de bronce).

No hay que suponer, sin embargo, que todo el arte de este periodo existió exclusivamente para servir a ideas religiosas. No sólo se construyeron iglesias en la Edad Media, sino también castillos y los nobles y señores feudales a quienes pertenecían estos últimos también contrataron a artistas en ocasiones. La razón por la que tendemos a olvidar estas obras cuando hablamos del arte de la baja Edad Media es sencillo: los castillos eran destruidos a menudo, mientras que las iglesias eran conservadas. En general, el arte religioso era tratado con mayor respeto y cuidado, con más mimo que los meros ornamentos de las estancias privadas. Afortunadamente, un gran ejemplo de este último tipo de arte ha llegado hasta nosotros, porque se conservó en una iglesia.

Cuando el artista medieval de esa época carecía de modelo que copiar, dibujaba en cierto modo como un niño. Refiere la narración épica, por ejemplo, con tal economía de medios y con tal concentración en lo que le parecía importante, que el resultado final es posible que produzca mayor impresión que los relatos realistas de nuestros propios periodistas.






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